Como se iba antaño al teatro: de traje oscuro y acompañado de sendas damas; así me presenté yo en el Teatro Principal hace unos días para asistir a la representación de una de las más aclamadas y premiadas obras de la cartelera madrileña de las últimas temporadas: ¡Ay, Carmela!
Y pronto me di cuenta que la ocasión no desmerecía a la elegancia. Alejada narrativamente, que no en esencia, de la versión cinematográfica de nuestro Carlos Saura, la adaptación teatral del texto de José Sanchís Sinisterra dirigida por Miguel Narros nos traslada durante dos actos al Teatro Goya de Belchite (Zaragoza) en donde Paulino y el espectro aparecido de su mujer Carmela nos narran y escenifican la representación de varietés que tuvieron que realizar para un destacamento Nacional y unos condenados a muerte de las Brigadas Internacionales; representación que finaliza trágicamente con la muerte de Carmela por rebelión.
Unos fantásticos Verónica Forqué y Santiago Ramos nos transportan a un escenario vacío de la Guerra Civil española, un espacio que no necesita apenas escenografía porque se llena con la palabra del presente y pasado, con recuerdos de vencedores y vencidos, con los actos de un cobarde y una valiente.
La combinación de vida y muerte mezcla lo tragicómico del texto y lo esperanzador del futuro que ya vivimos; la alternancia de la risa y la lágrima en actores y público refunde la esencia de la vida humana con sus placeres y dolores. Asistimos a la crueldad de un conflicto fraticida y lo negro impera en las existencias, no hay lugar para el blanco, pero Carmela desde el más allá nos muestra la gama de grises para esperanzar a las gentes, para enseñar que un nuevo sol es posible entre tanta noche oscura.
La combinación de vida y muerte mezcla lo tragicómico del texto y lo esperanzador del futuro que ya vivimos; la alternancia de la risa y la lágrima en actores y público refunde la esencia de la vida humana con sus placeres y dolores. Asistimos a la crueldad de un conflicto fraticida y lo negro impera en las existencias, no hay lugar para el blanco, pero Carmela desde el más allá nos muestra la gama de grises para esperanzar a las gentes, para enseñar que un nuevo sol es posible entre tanta noche oscura.
Un divertido, emocionante y reivindicativo ejercicio de memoria histórica en esta época contemporánea nuestra de leyes varias sobre el tema en cuestión. Una intemporal reflexión sobre la libertad, la soledad, la autocomplacencia, la coherencia con las propias ideas y las necesidades emocionales. Una obra de teatro de verdad.